viernes, abril 19, 2024
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El Muro de Berlín ‘made in Spain’

Pensábamos que este iba a ser el Eurobasket de Doncic, Antetokounmpo, Jokic o Gobert. Pensábamos, además, que esta España se volvía a casa de vacío. Y encontrar la excepción genuina a ese pensamiento generalizado ahora que todos vamos a ir de dignos subidos en el carro (“Yo siempre creí” y todo ese rollo) será algo tan difícil como aquello de la aguja y el pajar. ¡Pero si seguro que ni el mismísimo Pedro Sánchez, al que también le logran sacar ‘maldita hemeroteca’ del baloncesto, confiaba en este equipo!

No pasa nada por reconocerlo. Ni a usted, señor presidente del Gobierno, ni al resto. Nos dicen hace un mes que esta España de la canasta iba a jugar la final continental y, el más difícil todavía, a ganarla… y nos partimos la caja. Porque parecía que la cantinela de las vacas flacas ya se iba a cumplir, de una vez por todas, en 2022. Parecía, que del dicho al hecho, más que comprobado, hay un trecho.

La realidad nos dice, entre otras cosas, que Lorenzo Brown (de Roswell, Georgia, según su partida de nacimiento, pero ya para siempre “de Albacete” en espíritu) ha sido el mejor base del torneo después de levantar todo tipo de suspicacias pasadas, presentes y seguro que futuras por su nacionalización. Como si otras selecciones no tiraran de pasaportes día sí y día también, incluida la nuestra en otros momentos (parafraseando a la mujer del reverendo Lovejoy en Los Simpson: ¿pero es que nadie va a pensar en Luyk, Brabender, Sibilio, Mike Smith, Johnny Rogers, Mirotic e Ibaka, por ejemplificar de forma sucinta y teniendo el etcétera bien presente?). Ahora toca aparcar la polémica, claro, que su campeonato ha sido de aúpa y tirar con tanta bala como hace menos tiempo del que seguro nos gustaría va a estar mal visto.

Ya que hablamos de nacionalizados, nunca se vio tanto revuelo por ‘tener’ otro en el banquillo. Y qué otro. Lo de Sergio Scariolo (que también ha aguantado lo suyo desde que entrena en y a España, para qué nos vamos a engañar) es, como dirían en su italiano natal, meraviglioso. Nunca nadie exprimió mejor un zumo baloncestístico en lo relativo al combinado nacional, aunque el de su cuarto título europeo quizá sepa más dulce que ninguno.

Hasta el propio Scariolo se resignaba al ostracismo en este campeonato. Sin embargo, poco a poco fue cayendo en la mentira y en la trampa de sus jugadores mientras él mismo contribuía de forma decisiva a urdirla. Como todos nosotros.

¿Que Willy y Juancho Hernangómez están a años luz de los Gasol? Uno acaba en el quinteto ideal del torneo por su solvencia interior; el otro, como MVP de la final y diciéndonos, al caérsele los puntos, que nos vayamos relajando con el cachondeíto de Bo Cruz (su papel cinematográfico junto a Adam Sandler). ¿Que Rudy Fernández se tiene que jubilar? No lo parece viendo sus triples, su intensidad en general y su capitanía ejemplar. ¿Que la defensa no viste? Alberto Díaz, de tapadillo a primero de la clase en tiempo récord, y Usman Garuba han encumbrado a los altares la falta en ataque y el tapón, respectivamente. ¿Que a medio equipo no lo conoce nadie? Sin el concurso de los Darío, Jaime, López-Arostegui, Pradilla y compañía (más los que estuvieron o se quedaron en el camino), tampoco estaríamos escribiendo hoy del nuevo hito en un palmarés que sigue sin tener nada que envidiar al de, palabras mayores, Yugoslavia y la URSS.

En fin, que esta España le dio la vuelta a absolutamente todo para ser, a la hora de la verdad, la de siempre: saber atacar, saber defender, saber sufrir, saber ser un equipo con mayúsculas. Vamos, el muro que pregonaban en los corrillos prepartido. Casualidades de la vida, ni planeado les sale mejor el homenaje al de Berlín. Por eso, qué mejor fin de fiesta que visitarlo copa en mano (y lo hicieron) para darle la puntilla a la que ya es, no cabe duda, una de las grandes gestas colectivas de nuestro deporte. Por inverosímil y, a raíz de lo primero, por inolvidable.

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