martes, abril 23, 2024
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El Leonardo español

Si a alguien le preguntáramos por el apellido de un inventor llamado Leonardo, estoy absolutamente convencido de que todos soltaríamos al unísono un contundente ¡da Vinci! ¿Quién otro? Porque el florentino ya sabemos que, aparte de pintor, arquitecto, escultor… fue un gran inventor. Aunque muchos de sus inventos se quedaran en bellísimos proyectos esbozados con maestría, pero ciertamente irrealizables. No así serían los de otro Leonardo. Uno más nuestro. El cántabro Leonardo Torres Quevedo. Nacido a la mitad del siglo XIX, llevaría a cabo una serie de trabajos donde se adelantaría en el tiempo a muchos inventos que llegarían a desarrollarse sin que hoy en día apenas conozcamos el mérito de este ingeniero de caminos que, cierto es, en vida sí llegaría a tener la máxima consideración, tanto durante el reinado de Alfonso XIII, como durante la Segunda República. El que, con el tiempo, nos hayamos olvidado de él, es otra muestra de que el olvido en España nada tiene que ver con ideologías, y sí mucho con una natural y proverbial dejadez que tenemos para con nuestros compatriotas.

Leonardo (desde ahora quede claro que no a otro me referiré que al apellidado Torres Quevedo), nacería el mismo año que otros genios como Antonio Gaudí, Leopoldo Alas Clarín, o Santiago Ramón y Cajal. ¡Vaya quinta la de aquél año de 1852, oigan! Estudiaría en Bilbao, París y Madrid. Sería un curioso viajero por toda Europa para conocer de primera mano los avances científicos de la época. Sería todo un reconocido asistente y promotor de la vida social, literaria y científica del momento, creando en el célebre Ateneo de Madrid incluso academias de mecánica aplicada y automática. Y se convertirá en uno de los inventores más novedosos que hayamos tenido, emulando a algún otro grande la de Historia como Jerónimo de Ayanz

Pero estamos en otros tiempos. Un nuevo siglo XX se viene tras el auge que supuso la Revolución Industrial decimonónica. Para enfrentarse a las nuevas máquinas iban a hacer falta otras para ayudar con los cálculos matemáticos necesarios para que fueran operativas. Aquí comienza su carrera Leonardo. Creando en 1894 una máquina algebraica que permitiera mecánicamente el sumar logaritmos para resolver ecuaciones algebraicas. Que para uno, que es de letras, ya de por sí le impresiona sólo el enunciar lo dicho. Pero con estas máquinas su capacidad de llevar a cabo artefactos que parecían de ciencia ficción fue una realidad. Como el telekino. El antecedente del mando a distancia. O cómo controlar de manera remota aparatos mediante radiocontrol. Estamos en 1903 cuando lo inventa, y sólo tres años más tarde logra hacerlo operativo en una demostración delante del Rey en el puerto de Bilbao moviendo un bote a distancia.

Distancias que el quería cubrir con unos nuevos colosos que surcaban el aire: los dirigibles. Pero los dirigibles aún tenía ciertos problemas de estabilidad, seguridad y de maniobrabilidad. Va a presentar en 1902 un nuevo tipo de dirigible que solucionaba el problema de la suspensión de la barquilla incluyendo un armazón interior de cables flexibles, dotando de este modo de una rigidez al dirigible que le proporcionaba una mayor seguridad. Junto con el capitán de aviación Alfredo Kindelán, construirán en 1905 en Guadalajara el primer dirigible español en el Servicio de Aerostación Militar del Ejército. Estaría realizado con sistema trilobulado que sería copiado por franceses, alemanes… y serán los que acabarían utilizados por los dirigibles de la Primera Guerra Mundial. Estos colosos del aire (perdonen el tópico) parecía que estaban destinados a ser los transatlánticos aéreos. Y esa fue la idea con la que estuvo trabajando en 1919 junto con otro genio: Emilio Herrera, el que diseñara el primer traje espacial. Un dirigible transoceáncio, al que bautizaron como Hispania. Su idea era realizar desde España la primera travesía aérea del Atlántico. La falta de financiación lo impidió.

Pero si por algo acabaría siendo reconocido internacionalmente el Leonardo español, fue por sus transbordadores. Ya había trabajado en este tipo de transporte que salvaba accidentes geográficos. Como el que existía en su pueblo, Molledo. Un desnivel de 40 metros y 200 de distancia, que sería su primer trabajo realizado con estos aparatos, en 1887. Mediante tracción animal, una pareja de vacas, y una silla haciendo el uso de barquilla. Posteriormente lograría hacer uno mayor para el transporte de mercancías, ya con motor, para el río León. Viendo el éxito de sus creaciones quiso presentarlas en un país con una orografía aún más complicada que la española: la de Suiza. No le hicieron caso. Le dio igual. Siguió trabajando en España, donde construiría en 1907 el primero dedicado al transporte de personas, en el Monte Ulía, en San Sebastián. Pero el éxito y el reconocimiento le estaría aguardando al otro lado de ese Atlántico que no pudo atravesar en dirigible. En Canadá. Donde sobre las catarata del Niágara construiría el que se conoce como el Spanish Aerocar, el teleférico más antiguo en funcionamiento del mundo. ¡En marcha desde 1913! Cruza una altura máxima de 61 metros en un trayecto de 539 metros, atravesando la frontera estadounidense, aunque esté ubicado en salida y llegada, en Canadá. ¡Seguro que algún lector incluso lo ha usado!

Leonardo haría más cosas. Inventaría en 1913 un autómata para jugar al ajedrez, que se le considera el primer videojuego de la historia. O un puntero láser para que los maestros o conferenciantes pudieran tener una herramienta verdaderamente práctica en sus charlas. O se adelantaría a los conceptos de robótica y de computación de los que hablaría el gran Alan Turing… Moriría en Madrid en 1936. Y hoy tendríamos que conocer mucho más su obra, y estar especialmente orgullosos de este cántabro internacional que superó en muchas cosas reales y prácticas a Leonardo. Al otro. ¿No creen?

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