jueves, marzo 28, 2024
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El arte de escandalizar

Querría criticar aquí los últimos desmanes de Pedro Sánchez, pero lo ha hecho ya mucha gente más capacitada que yo. El presidente está tratando de poner las instituciones a su servicio, cierto; hace en ese sentido prácticamente lo mismo que sus predecesores, también; es acaso más desvergonzado, impúdico, cínico que ellos, sin duda.

Todo esto se sabe y no merece la pena que yo lo remarque. Sí querría detenerme, en cualquier caso, en un detalle ―virtud o vicio, según se mire― en el que sólo unos pocos se han detenido. Algo que explica la resistencia de Sánchez, su permanencia en el poder: un prodigioso manejo del escándalo y de sus efectos. Él sabe de la desmemoria del hombre contemporáneo, de la sobrestimulación a la que está sometido. Conoce eso y lo aprovecha para sí. ¿Quién habla ahora de la «ley del sólo sí es sí», tan escandalosa hace menos de un mes? ¿Quién recuerda siquiera el estado de alarma inconstitucional, tan escandaloso en su momento?

El doctor Sánchez tiene una estrategia para no escandalizar a la gente, una que se ha revelado muy eficaz y que es a primera vista contraintuitiva, paradójica. No es abstenerse de hacerlo, qué va, sino hacerlo cada vez más fuerte: que el escándalo de hoy eclipse al de ayer y que el de mañana eclipse al de hoy. La «ley del sólo sí es sí» palidece ante el «asalto a la justicia»; «el asalto a la justicia» palidecerá ante lo que nos llegue mañana, que será un poco peor de lo hoy. Pedro Sánchez nos satura de escándalos, no nos deja tiempo para digerirlos. Nos da el atracón y luego no hay quién reaccione. Borra el rastro del escándalo pretérito arrojando sobre él el lodo del escándalo presente.

Esta estrategia tiene, además, una ventaja añadida: entre tanto escándalo, las buenas decisiones destacan especialmente, como la lucecilla que se prende en medio de una densa oscuridad, como un diente de león que brota en el centro de un erial. Estamos tan acostumbrados a que Pedro Sánchez cometa desmanes que, cuando toma una decisión juiciosa ―¡casi nunca!―, deseamos elogiarlo, bendecirlo, incluso alabarlo. Ya no es una simple decisión juiciosa, es un milagro; ya no es solo el presidente de nuestra nación, ¡es un héroe!

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