viernes, abril 19, 2024
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El 1 de mayo y las izquierdas

Como es sabido, el 1 de mayo fue instituido como jornada emblemática (llegando a ser festiva en muchos países) por el Congreso Obrero Socialista de la II Internacional, celebrado en París en 1889, y que valía como homenaje a los llamados Mártires de Chicago. Sindicalistas y anarquistas (muchos de ellos inmigrantes alemanes en EEUU) fueron acusados de atentar contra la policía durante las jornadas reivindicativas que se iniciaron el 1 de mayo de 1886, en Chicago (entre otras, se buscaba la reducción de la jornada laboral a 8 horas), y que desembocaron en revuelta, la Revuelta de Haymarket. Cinco de ellos fueron condenados a muerte por ello.

Digamos, pues, que este día es, sobre todo, una institución socialdemócrata (vinculado a la II Internacional), y que no encajaría tan bien en otras perspectivas de izquierda (a pesar de que se celebre igualmente). Así, por ejemplo, desde un punto de vista revolucionario comunista, que busca la abolición de las clases, y no su perpetuación, no tendría sentido un día del trabajador (si con trabajador nos referimos al obrero asalariado). En el estado socialista, tras la revolución, no se celebraría el 1 de mayo, por lo menos en el mismo sentido “revisionista” (o incluso “socialfascista”) que para el comunismo tiene la socialdemocracia. Por su parte, desde el anarquismo aún tiene menos sentido, por lo menos entendido como festivo y lo que hay en ello de reconocimiento estatal (los que lo reconozcan), estados que el anarquismo (en sus distintas formas) quiere liquidar, al ser el estado ese Leviatán responsable de la explotación y esclavización del hombre por el hombre.

Pues bien, fuera de las coordenadas socialdemócratas, ¿por qué se celebra entonces en este día? ¿Qué significa “trabajador” o día del “trabajo”, y cuál es el motivo de su generalización como festividad reconocida por buena parte de los estados del mundo?

En general, creo, esta generalización puede tener que ver con una concepción, también muy generalizada por la antropología y la economía, del hombre como homo faber. Una figura, la del homo faber como dator formarum del mundo, muy ligada al marxismo, desde luego, pero no sólo. Ahí están los modos espiritualistas (no materialistas), desde el propio Hegel hasta Jünger, de entender al “trabajador” como un arquetipo espiritual, canon de la vida contemporánea.

Ahora bien, la interpretación más común, más habitual, creemos, de contemplar el 1 de mayo es aquella, de estirpe rousseauniana, según la cual la “humanidad” aparece, por encima de los estados, dicotómicamente dividida en dos clases: la clase de los propietarios y la clase de los “desposeídos” (que es lo mismo que decir expropiados, y en cierto modo “robados”), convirtiendo, eo ipso, a los “propietarios” en, sencillamente, una banda de ladrones. El patrono capitalista sería el propietario en la sociedad contemporánea, siendo el obrero asalariado el desposeído.

Esta distinción, aparentemente tan nítida, y que anima a muchos de los que salen a celebrar esta jornada festiva, es, sin embargo, completamente capciosa, además de fantástica, porque parte de una división en clases del género humano producida con anterioridad al estado, cuando la fractura o división de la sociedad en clases tiene lugar con posterioridad a él, y, precisamente, a través suyo (y no al margen de los estados).

Así pues, no cabe hablar de una clase universal de desposeídos, como tampoco cabe hablar de la clase universal de los propietarios, ni de una lucha antagónica entre ellas a nivel general, universal (el asalariado alemán, por ejemplo, es propietario de algo de lo que no es propietario el asalariado francés: de la nacionalidad alemana con todo lo que ello implica). La lucha de clases, que de ninguna manera negamos, tiene lugar, sí, pero a través de la plataforma de los estados, siendo sólo desde esta plataforma, la de cada estado, como se puede producir una “acción de clase” que no sea utópica (ya decía el socialista Jaurés que la patria es aquello que le queda al que no tiene otra cosa).

Lo que es llamativo en España es que buena parte de las organizaciones que se reconocen de izquierda (partidos y sindicatos), y que salen a celebrar y manifestarse el 1 de mayo a las calles, lo hacen coordinadas con planes que, de algún modo (vía federalista o, directamente separatista), buscan destruir esa plataforma, el “estado español”, que, a la postre, es la única tabla de salvación a la que puede agarrarse quien, en efecto, ya no tiene otra cosa. La propia España, y todo lo asociado con ella (por ejemplo, el idioma común, el español), es contemplada como una conspiración de clase, de la clase de los propietarios contra la clase trabajadora, “desposeída”, cuando si algo significó la constitución del estado español contemporáneo, a partir del siglo XIX, fue la nacionalización de un vasto patrimonio que antes estaba en manos del poder eclesiástico o del poder real. Gracias a la labor del estado decimonónico, con todas las dificultades que se quieran, los españoles tenemos -somos poseedores, propietarios- de una patria común (incluido el territorio -sobre todo el territorio-, base de cualquier economía), y es incomprensible que se pueda salir a la calle, el 1 de mayo, bajo banderas que significan la descomposición y destrucción de este patrimonio nacional común. Banderas, las separatistas, que significan la destrucción de la comunidad. Las izquierdas que salen, el 1 de mayo, de la mano del separatismo ignoran que, cuando no tienes nada propio, por lo menos, te queda lo común.

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