viernes, abril 19, 2024
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Djokovic eres tú

Por Santiago Navajas

El caso Djokovic es paradigmático del control de la opinión pública por parte del establishment mediático, a su vez sometido al poder de la casta política. Había que dar un escarmiento ejemplarizante a uno de esos irredentos no vacunados contra el covid-19 (“antivacunas” y “negacionistas” en la lengua de trapo de los zombis mediáticos).

No es de extrañar, aunque pueda parecer paradójico, que hayan sido dirigentes liberales progresistas, de Macron a Scott Morrison pasando por Trudeau y Draghi, los que han protagonizado la estrategia de propaganda y manipulación. El origen de las fake news como masiva operación de lavado de cerebro empezó con el presidente progresista de los EE.UU. Woodrow Wilson, que pretendía hacer entrar a su país en la Primera Guerra Mundial contra la opinión popular que era decididamente pacifista. Para cambiar la mentalidad pública se creó el Comité de Información Pública cuya misión era transformar la atmósfera pacifista en tormentas bélicas a través de la propaganda, pero «no la propaganda como los alemanes la habían definido, sino la propaganda en el verdadero sentido de la palabra, significado ‘la propagación de la fe’”.

En seis meses consiguieron que la mayor parte del público norteamericano considerase a los alemanes poco menos que como apestados a los que había que destruir en el nombre de la paz, la libertad y la justicia. Así entró EE.UU. en una de las guerras más absurdas, estúpidas y destructivas de la historia.

Junto al líder de la intelligentsia progresista, el filósofo John Dewey, Wilson padecía el síndrome de Platón: la presunción de ser los miembros más inteligentes de la sociedad. Lo que les daría derecho a guiar intelectual, ética y políticamente al conjunto de la población. Por las buenas o por las malas.

La colusión entre la clase política, representada en Wilson, y la Academia, encarnada en Dewey, es relatada por Noam Chomsky en su magistral clásico Fabricando el consenso. El control de los medios de comunicación. También se explica con las tesis de Chomsky cómo es posible que buena parte de los liberales se hayan puesto de acuerdo en satanizar al tenista serbio y defender las medidas autoritarias del Gobierno australiano. El referente en este caso de la traición de los intelectuales liberales fue Walter Lippmann, un liberal que coincidía con Dewey en el progresismo constructivista, doctrina según el cual a la sociedad hay que “empujarla” en la dirección correcta de manera que se fabrique un consenso con pretensiones de unanimidad, lo que lleva a desterrar cualquier voz disidente. Pero, como antes Dewey y luego Goebbels, Lippmann pensaba que el consenso no cabía edificarlo mediante la razón y la argumentación sino mediante la emoción y la manipulación.

Por supuesto, Dewey, Lippmann y más tarde Goebbels no se pondrían de acuerdo sobre cuál sería el bien común, pero sí sobre las formas de “propagación de la fe”: medios como periódicos, radios y televisiones conversos a la versión oficial decretada por el Ministerio de la Verdad de turno. Que coincidieran, respecto a una “vanguardia de intelectuales”, los teóricos liberales con los nazis y los marxistas-leninistas para administrar la información a mayor gloria del orden público y la seguridad nacional nos debería hacer poner los pelos de punta sobre lo que constituyó en el siglo XX y continúa en el XXI la mayor amenaza contra las libertades, los derechos y la verdad: esa propagación de la fe político-teológica para fabricar un consenso científico-religioso.

Chomsky nos advierte contra los eslóganes vacíos de significado que promueven un miedo indefinido en el rebaño desconcertado hacia el lobo feroz que les pinta el pastor sin escrúpulos. Del hermano gemelo del miedo, el odio, nos habló Orwell en 1984, donde nos mostró cómo reúnen al rebaño en las distopías totalitarias para transformarlo en una jauría mediante la técnica de mirar una película de dos minutos, en la que se muestran imágenes de los enemigos públicos para que se demuestre colectivamente el odio. En la novela es Emmanuel Goldstein. Hoy día es Novak Djokovic al que insultan en las radios, televisiones y periódicos por tierra, mar y aire. Orwell nos mostraba que trasladando el odio, la frustración y la angustia hacia un chivo expiatorio, las multitudes dejarían de mirar a los verdaderos causantes de sus desgracias económicas y sanitarias: los propios gobiernos

Una vez que los ingenieros de almas han conseguido fabricar un consenso basado en la propaganda (la esencia de la democracia mediática como los matones lo son de las dictaduras totalitarias), el debate desaparece y con él se difumina la verdadera democracia, ya que el pueblo como sujeto político ha sido domesticado en su pensamiento y laminado en su praxis. ¿Quién será la próxima víctima sacrificial para lograr la unanimidad del rebaño contra el pensamiento crítico? El siguiente chivo expiatorio puede ser usted (sí, también usted, hipócrita vacunado, -¡mi compañero, -mi hermano!).

PD. Certificado covid digital de la UE de Santiago Navajas: SARS-CoV-2 vacuna ARNm/Spikevax (previamente COVID-19 Vaccine Moderna)/número de dosis: 3/3 / Fecha de última vacunación 2021-12-23.

También vacunado de la gripe.

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