viernes, abril 26, 2024
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Derechita Caná

Recientemente, el diario The Objective se hacía eco de una encuesta que señalaba que casi la mitad de los votantes del Partido Popular pedían cesar a García-Gallardo tras el acuerdo de gobierno que garantizaba ofrecer a las mujeres embarazadas la posibilidad (posibilidad) de escuchar el latido del feto, una ecografía en 4D o atención psicosocial.  Dejando a un lado la muestra de la encuesta, el condicionamiento mediático o la coyuntura política, es reseñable que existe una derecha que hace tiempo rompió con aquellos valores que un día dijo defender. No hay que salir de Castilla y León para encontrarla: el partido que recurrió la ley del aborto ante el Tribunal Constitucional en 2010 es el mismo que hoy se escandaliza ante las medidas que días atrás ha rubricado y presentado en rueda de prensa. 

Y es que 13 años no son nada (¡Todo va tan rápido!). La poda ideológica ha sido severa, y al final solo han quedado los porcentajes, las sacrosantas encuestas y los editoriales de Àngels Barceló, ante los que se postran aquellos a quien zurriaga desde las ondas cada mañana. Estos perfiles desarrollan su acción en torno a una máxima: dejarán de insultarme si actúo conforme a las directrices de aquellos que me insultan. Pero la honra ya quedó atrás y de los barcos ni se hable. 

Hablamos de la moderación como consigna. Es la política aristotélica peor entendida, puesto que la moderación entre la verdad y la mentira es complicidad con la mentira. Dicho de otra manera: lo correcto entre saltar o no saltar desde la cornisa de un octavo es no hacerlo, ni siquiera saltando moderadamente. 

No existe nada más moderado que tener unos valores marcados, puesto que suelen ser el resultado de años de pensamientos y experiencias que encauzan nuestras reflexiones hacia la consecución de unos determinados actos, en la defensa de ciertos principios. Lo contrario es improvisación, interés y aritmética intencionada. Las medidas aprobadas en Castilla y León ponen frente al espejo a un partido que ha arriado las banderas ideológicas para abrazar una forma de hacer política consistente en soplar y sorber al mismo tiempo. Pero las leyes de la política son tan tozudas como las de la física, y no perdonan las ambigüedades.

Sin embargo, existe una parte importante de la derecha que ha sido embargada ideológicamente durante los últimos veinte o treinta años. A ellos se les ha convencido, a través de las emisoras gubernamentales pero también de la radio de los obispos, de que llevar la contraria a Sánchez es hacerle el juego a Sánchez. Ahora no es momento de hablar de ciertos temas, pero tampoco lo era ayer ni cuando el Partido Popular celebraba mayorías absolutas, esto es, poco después de haber recurrido la ley del aborto. 

Esta misma derecha, convencida de que cultura y política no tienen nada que ver, ha contrapuesto movimientos culturales a textos constitucionales y años de activismo zurdo a concentraciones de manifiesto, aperitivo y paseo con el cocker. Pero lo cultural sigue siendo político y económico, puesto que la cultura determina cosmovisiones y modos de vida que ninguna partida de gasto conformará jamás dentro de su casilla de Excel. Por eso la izquierda, con buen criterio, lo primero que hizo en España tras la Transición fue apoderarse del arte, de las universidades y de las salas de cine. Enfrente encontró a una derecha vaciada ideológicamente, cuya batalla fue la de bajar medio punto el tramo autonómico del IRPF. El debate se ha abierto, y yo lo celebro puesto que los debates cerrados son propios de lugares donde impera una única directriz. Ha bastado un latido. 

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