miércoles, abril 24, 2024
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De los regalos de Navidad

Llevo tres días recorriendo Madrid en mi moto a toda prisa, como si me persiguiesen, como si cada media hora tuviese una reunión importantísima a la que no puedo faltar en un sitio diferente del anterior. Y en realidad no me persigue nadie, y tampoco voy a reuniones, ojalá fuese eso: estos tres días no he hecho otra cosa que buscar regalos de Navidad. Y digo buscar porque cuando entro a las tiendas me asaltan las dudas y no siempre logro comprar algo —¿le gustará?, ¿no lo tiene igual?, ¿no le regalé algo parecido el año pasado?, y así—.

Esta situación, además, es casi nueva para mí porque soy adulto desde hace poco y eso es en realidad ser adulto: hacer por Navidad más regalos de los que recibes. De modo que se presupone que debo hacer un regalo a sus padres, cómo no, a mi novia, ¡por supuesto!, y a mis hermanos, sólo jodería, y me resulta mucho más agobiante que otras cosas propias de la adultez como pagar el alquiler o hacer la declaración de la renta. Por eso, el año pasado, que me estrenaba en esto de ser adulto, delegué y me fie del criterio de los dependientes de las tiendas que visitaba, les hice escoger como si el regalo fuese para ellos, y esperé pacientemente hasta el 6 de enero para saber si había hecho bien o si la había cagado. Y, por supuesto, la había cagado.

Para esta Navidad me propuse cambiar de estrategia: iba a pensar en todos los regalos durante el año, no a última hora, y a apuntarlos ordenadamente en una nota que creé en el móvil para acordarme de ellos cuando llegase el momento de comprarlos. «Regalos Navidad», se llama la nota, y nunca he escrito nada en ella. Ahí sigue, blanca, inmaculada, justo como cuando la creé. De ahí estos tres días tan frenéticos.

Habrá quien se pregunté qué hago contando esto aquí, qué sentido tiene convertir mi columna en un lugar en el que vierto mis preocupaciones, sobre todo cuando son tan banales, pudiendo hablar de Sánchez, del Tribunal Constitucional, del discurso del rey. Pues tengo un propósito muy claro: que quien esté sometido a este estrés navideño, al tedioso y agobiante proceso de salir en busca de regalos y volver con las manos vacías —o llenas, pero con el regalo equivocado— se sienta acompañado. No estás solo, amigo: los hay que pasamos por lo mismo que tú.

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