sábado, abril 20, 2024
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De la soberanía. Carta abierta a Juan Ramón Rallo

Estimado Juan Ramón Rallo,

Tras el debate que tuvimos el otro día por el canal de Youtube de Un Tío Blanco Hetero, me gustaría hacer unas puntualizaciones, a propósito del tema relativo a la “economía” de una región (“economía madrileña”, “deuda catalana”, etc).

Cuando se dice que un estado es independiente (soberano), como yo lo digo, no significa que su energía salga de sí mismo (como si fuera un perpetuum mobile), idea absurda que entronca con la metafísica causa sui, sino que lo que se quiere decir es que es independiente políticamente. O sea, que toma las decisiones acerca de la administración del Estado (gobernantes/gobernados) sin que ningún otro poder político, en el ámbito de su jurisdicción, lo determine. Esto es, que no hay otra instancia, ni superior, ni inferior, ni igual, que meta las narices en dicho ámbito (limitado por una frontera) sin el consentimiento de ese estado. La soberanía es, en este sentido, absoluta. Plantear como objeción, para poner en cuestión ese carácter absoluto, que depende energéticamente de otros, o económicamente, o que lo hace militarmente, monetariamente, etc, no niega esa independencia política, de la misma manera que la realidad de una especie biológica no se niega por la constatación, ecológica, de que depende de otras, y del medio en torno en general, para su subsistencia.

España es un poder soberano (es en el seno de España en donde se hacen las leyes que nos rigen, se hacen cumplir y se juzgan si no se cumplen). Por supuesto, que otras potencias políticas influyen en la trayectoria de la acción soberana de España, con la firma de tratados (o sin ellos), acuerdos comerciales, , embajadas, etc, pero esa influencia solo ocurre si el estado se deja, lo que implica, siempre su acción soberana como estado. Es decir, que la firma de un tratado nunca representa la suspensión, en ningún grado (como tú crees) de la soberanía sino, al contrario, su reafirmación como tal estado soberano. La soberanía de España no desaparece en el tratado de la UE, al contrario, insisto, se reafirma (como no desaparece un planeta porque se mantenga en la órbita del sol).

Sin embargo, una «Comunidad autónoma» es parte de un estado, y, por lo tanto, no es políticamente independiente, lo que significa que tampoco lo es económicamente, porque la economía para funcionar requiere necesariamente de la movilización de instituciones dependientes totalmente del estado (moneda, armas, códigos). La economía siempre incluye la prudencia, es decir, la necesidad de reconducir (lo que implica siempre persuadir), a los gobernados en un sentido o en otro (con leyes, decretos, subvenciones, impuestos, etc); o sea, la economía es siempre economía política.

Entonces cuando se habla de la «deuda de Cataluña», no se está tratando con un concepto real, porque la economía de Cataluña es dependiente de la del resto de España, al formar parte de ella (y no tratarse en sí misma de un todo soberano). Hablar de la “deuda de Cataluña” es una ficción, alimentada por la ficción, a su vez, administrativa, de que las partes de una nación actúan como si fueran todos nacionales en su seno, cuando ello no tiene ningún sentido (una parte nunca es soberana). Existen estructuras logísticas, geopolíticas, de movilidad de población que desbordan las distinciones autonómicas y que son fundamentales económicamente. Por ejemplo, la jerarquía urbana española (marcada por el triángulo Madrid-Bilbao-Barcelona, con Zaragoza en el centro, y su prolongación a Valencia y a Sevilla) condiciona la economía española; otro ejemplo, Madrid es una ciudad que “duerme” buena parte de ella en la provincia de Toledo y Guadalajara, con una población flotante entre unas y otras que desborda, de nuevo, la división autonómica. Si hiciéramos caso a esta división y, sobre todo, a la ideología autonomista que la envuelve, la distancia entre Madrid y Cataluña, cuasi independiente, sería enorme (mucho más que la que pueda haber entre Madrid y Murcia, por ejemplo). Sin embargo, la relación que existe entre Madrid y Barcelona es mucho más fuerte, por lo tupido de los intercambios que existen entre ellas (mercancías, personas, etc), que la que pueda existir entre cualesquiera otras ciudades de España.

En definitiva, hablar de la “deuda de Cataluña” es una ficción, ficción autonomista, porque la que se endeuda es España (no Cataluña), por mucho que el gasto del presupuesto se dirija a Cataluña, o a donde sea. La deuda, como el presupuesto, el gasto, el capital, etc, o cualquier otra categoría económica, siempre tiene como referencia una “caja única” vinculada con el Estado. En este sentido, decir «deuda de Cataluña» es un flatus vocis (como hablar de la «economía de Madrid»), que sirve para entretener a tertulianos, y a jugar al trilerismo político, por parte de los políticos, pero no significan nada si no se establece la referencia a España.

Algo parecido ocurre, estimado Juan Ramón, cuando hablas de la “soberanía individual”. Estás proyectando sobre un término (individuo) la característica de una cualidad que sólo pueden tener las relaciones (y no los términos). “Soberanía” es un concepto que implica necesariamente una relación (gobernantes/gobernados), implica una sociedad funcionando, de tal manera que nunca puede ser una característica propia de individuos aislados. Hablar de “individuo soberano”, en política, tiene tanto sentido como decir “punto triangular” en geometría. Es decir, ninguno. La soberanía es una característica que adquiere una sociedad, nunca la puede adquirir el individuo que forma parte de esa sociedad, como la evolución, mutatis mutandis, es un concepto que solo tiene sentido a la escala de las especies, y nunca a escala individual (los individuos orgánicos no “evolucionan”, sino que nacen, crecen, si acaso se reproducen, y mueren).

Pues estas son las puntualizaciones que creo, negro sobre blanco, quedan siempre mejor expuestas.

No obstante, siempre es un verdadero placer debatir contigo,

Un saludo,

Pedro Insua

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