viernes, marzo 29, 2024
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Darfur, la eterna bomba de relojería sudanesa

El conflicto de Darfur es uno de los más sanguinarios de la región del África del Norte y ha salpicado a países como Chad y a Sudán del Sur. En principio, debemos ser capaces de entender que este es un conflicto étnico que se ha desarrollado tras la anexión del sultanato de Darfur hasta 1916, época en la que es introducida dentro del Sudán colonial bajo el Imperio Británico, una región ya de por sí inestable tras la época de la revuelta de El Mahdi por los derviches sudaneses que pusieron en jaque al Imperio británico en la zona. En todo caso, la etnicidad de la zona es mixta: árabes por un lado apoyados por el gobierno de Jartum y negros africanos por otro. Curiosamente, esta división étnica es también religiosa, ya que una gran parte de los africanos de raza negra practican el cristianismo o el animismo frente a la población árabe del país, que profesa el Islam.

De hecho, la élite del país, árabe y musulmana, ha sentido un desprecio tradicional hacia las poblaciones negras. De hecho, Sudán, en el marco de este conflicto, quedó dividida en dos: Sudán y Sudán del Sur. En Darfur debemos ser capaces de identificar que el conflicto se debe en primer lugar por la competencia entre los árabes pastores nómadas (los baggara) y las etnias africanas, especialmente los agricultores fur, zaghawa y masalit. Estos grupos compiten por los pastos y las tierras, siendo los baggara la mano ejecutora del gobierno de Jartum a través de las milicias árabes “yanyauid”.

Los yanyauid, organizados a partir de los años noventa con el beneplácito del Gobierno, se convirtieron en los guardianes de la región dentro del conflicto civil que vivía Sudán. Lo cual les enfrentó a las poblaciones negras que se encontraban sufriendo los ataques de los árabes y, al mismo tiempo, eran relegados a un segundo plano por los gobernantes. Por lo que, para combatir al ejército sudanés y a la milicia mercenaria árabe, se creó el Movimiento Justicia e Igualdad (MJI) y el Movimiento de Liberación de Sudán (MLS) para proteger a la población negra de la zona. Sin embargo, la creación de estas autodefensas hizo que el conflicto no dejara de crecer.

En el año 2003, el Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán lanzó un ataque contra El Fasher que logró los siguientes objetivos: acabaron con 75 soldados, pilotos y técnicos, y capturaron a otros 32 (comandante incluido). Los rebeldes tuvieron 9 bajas, lo que provocó las sospechas del Gobierno hacia los habitantes africanos de Darfur. Desde el Gobierno de Jartum jamás el ELPS había tenido un éxito igual, por lo que la culpa recayó no sólo en los milicianos sino también en los habitantes de esta región, por lo que los soldados sudaneses árabes junto con los yanyauid se lanzaron a atacar el territorio.

Los milicianos baggara serían asesorados a través de inteligencia militar y tendrían cobertura aérea y de artillería, cuyo objetivo sería proteger a estos milicianos reconvertidos en mercenarios para así poder reducir el gasto militar en ese frente y concentrarse en la guerra civil. Esto provocó que Darfur se convirtiera en pieza separada dentro del conflicto civil al desarrollar características diferentes al contexto general.

Rápidamente, estas campañas tomaron un cariz étnico. Los árabes, acólitos al gobierno de Jartum, veían crecer su poder y aparte deseaban poder poseer las tierras de los fur, zaghawa y los masalit para sí. Acabar con ellos haría que el Gobierno les permitiera establecerse en la región y Jartum, al mismo tiempo, veía con buenos ojos repoblar territorios con su propia gente que, además, era leal. El conflicto acabó sumiendo al país en una espiral de violencia en la cual el hambre, las torturas, los castigos colectivos en forma de violaciones masivas, ejecuciones y limpieza étnica se convirtieron en la tónica general.

Este conflicto hizo que los yanyauid, por ejemplo, en el año 2005 atacaran la ciudad de Adre, en Chad, con la excusa de que los rebeldes de Darfur se movían ahí, por lo que Chad declaró la guerra a Sudán. Sin embargo, los combates fueron escasos debido a que Chad, como Sudán, se encontraba sumido en el caos de la guerra civil. A pesar de todo, ambos países firmaron en Trípoli (Libia) la paz. En paralelo, el gobierno de Sudán de Omar al Bashir firmó un acuerdo en Nigeria auspiciado por la Unión Africana y Estados Unidos con el MLS, pero el MJI se negó a firmar y continuó con la guerra en el 2006 a pesar de que en el acuerdo se establecía el desarme de los yanyauid y la integración de los rebeldes negros en el ejército de Sudán. Este conflicto no sólo afectó a Chad, sino que provocó una guerra civil en República Centroafricana entre 2004 y 2007 que enfrentó a las facciones SELEKA y BALAKA por el control del país.

Sin embargo, la situación se fue haciendo cada vez más peligrosa con la irrupción de China y sus acuerdos con Sudán por la explotación de PortSudán y los acuerdos para obtener acceso al petróleo de Darfur. Ante la vista de estos actos y las masacres contra la población por parte de los milicianos árabes yanyauid con la connivencia del Gobierno, que hacía la vista gorda, y el escándalo mediático con la publicación de testimonios, fotos y reportajes sobre las violaciones de los Derechos Humanos más básicos en el conflicto, la ONU, a petición de Ban Ki Moon, desplegó un contingente de 27.000 soldados cascos azules para mantener el orden y la paz en la región. Poco después, en 2010, se firmó la paz.

El conflicto, a pesar de la paz firmada en 2010, continúa activo en la forma de choques étnicos y venganzas. Sin embargo, el nivel de estos enfrentamientos, a pesar de ser constantes, no supone una tasa de destrucción o mortalidad de alto nivel. La guerra total de exterminio ya pasó: ahora quedan rencillas tribales que desestabilizan la zona. Pero tras la ruptura de Sudán en dos países, el proceso de caída del viejo dictador Omar al Bashir, las revueltas por la democracia en Sudán y el proceso de transición liderado por Abdel Fattah Abdelrahman Burhan (presidente desde 2019 y que fue agregado militar en China) se ha logrado dar una esperanza de futuro a un país inestable y con graves problemas, pero que intenta recomponerse de décadas de guerra y pasar de un estado fallido dictatorial a un sistema democrático y estable.

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