miércoles, abril 24, 2024
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Cuando los Lobos avisan y hacen fiesta por nuestra sordera

El emboscado

Todos hemos sido criados entre cuentos y fabulas para “aleccionar” nuestra mente, voluntad y afianzar valores culturales, desde la primera tierna infancia. Realmente muchas veces no sabemos, ni de mayores, el sentido de muchos de los cuentos o fábulas que nos contaron muchas veces, como vimos referencias incomprensibles para nosotros ante ciertos comportamientos al parecer equivocados. La de la hormiga y la cigarra, el cuento de Pinocho, la del cuervo y la zorra… y el cuento de Pedro y el Lobo.

A este me gustaría referirme, porque precisamente yo siempre creí que tenía más de una lectura. No voy a dudar de la necedad de Pedro al mentir insistentemente, sabiendo que mentir tiene patas cortas y siempre te pillan; tampoco voy a dudar de la supuesta moraleja que dice que siempre hay que decir la verdad porque si no luego al decirla nadie te creerá. Pero me interesa más la idea de cómo surge la “broma”: por aburrimiento; con qué asusta al pueblo: con el “lobo feroz”; cuántas veces repite “la broma” y la efectividad que tiene: miente en dos ocasiones; y sobre todo las consecuencias de tal comportamiento: la pérdida de confianza del pueblo, de los suyos, así como la segura desdicha que le traerá la pobreza al perder su rebaño. Por cierto, ¿alguien ha reparado en cuántas ovejas se come en el cuento?, ¿Cuánto es un rebaño entero?, ¿Cuánto puede comer un lobo?, ¿Cuántos lobos hacen falta para esquilmar un rebaño?…

Raras son mis preguntas, pero intentaré traerlas al presente. Quien miente sistemáticamente, pero goza del beneplácito del seguro triunfo ante la sordera del pueblo, vive de los intereses de los paniaguados que protegen el “establishment”, así como quienes prefieren ser engañados y “votar en contra de… por principio”, en lugar de encontrar razones para hacerlo “a favor de… por sentido común”. Pero recuerden que incluso en la más denostada profesión en la actualidad (curiosamente se hacen latrocinios sin fin para pertenecer a ella), la política, es la que sistemáticamente nos avisa de lobos que están por venir, y que no llegan nunca. No llegan, porque están aquí desde hace mucho, y los gritos no son de alerta ante los lobos, si no ante “los otros que entran en mi rebaño”.

Algunos apuntes sobre los lobos. Cazan para comer, no por placer, lo hacen en grupo, sólo “bajan” a pastos y a terreno humano cuando su hábitat está esquilmado y no hay garantía para la supervivencia; y son seres sociales y jerárquicos. Seguramente que los ganaderos tendrán otra visión, pero en la que yo he dado no hago valoraciones éticas. Sólo información.

Cuando indistintamente veo por mi mirilla algún “lobo” e incluso detecto algún “Pedro el pastor”, antes de fijar el tiro veo su trayectoria, veo su manada, sus actos, sus comportamientos pasados, y la memoria guardada sobre sus “falsas alarmas o mentiras”. No tengo criterio suficiente para sí “disparar” a unos y no a otros; no veo la mentira mayor de unos pastores que de otros. Y cuando denoste a un “pastor político” (se llame Pedro, Pablo, Alberto o Santiago), recuerde que siempre hay otros “seres de campo” que son incluso peores. Cuando un político hace una tropelía, es porque el sistema, es decir algunos funcionarios, lo asisten y lo permiten. No son lobos, son hienas. Son carroñeras, suelen atacar a “presas desvalidas o enfermas”, sólo atacan si tienen garantía de éxito, se ocultan bajo una apariencia falsa y suelen ser muy cobardes. No hace falta que les identifique: todos los conocemos.

Lo que no alcanzo a comprender es por qué al “pastor mentiroso” se le hace tanto caso (a veces durante décadas), por qué se culpa a un “agente externo” de los males provocados por negligencia del pueblo, y sobre todo no entiendo qué nos lleva a enseñar a nuestros hijos con fábulas que manifiestamente no cumplimos.

Cuando alguien delata a un “Pedro” aparece en la lista negra de su cohorte que le ayuda en la mentira. Cuando alguien avisa de la llegada de “los lobos” le posicionan como “sectario”. Cuando se denuncia con nombres y apellidos a “pastores, lobos e intereses”, siempre termina sufriendo las represalias de “banderías” que hacen de tu vida profesional o personal un techo de cristal bastante “bajo”. Al final, las fábulas ceden ante los refranes: “Haz lo que digo, no lo que hago”, “Cuando seas padre comerás huevos”, “Ande yo caliente ríase la gente” … y tantos otros que anfibológicamente nos dan mensajes contradictorios, usados según intereses particulares, armas arrojadizas a la propia conciencia de a quienes parimos y educamos. La hipocresía es la moneda de cambio. 

Por eso nos emboscamos, porque hay cosas que aprendes que “a pecho descubierto” no se pueden decir si tienes hipoteca, hijos o dependientes de cualquier tipo. La libertad reside en el volumen de la cartera, pero para lograrla casi siempre fuiste “Pedro o Lobo”; el poder reside en la independencia de una posición que, si es de las que de verdad permiten altavoz o tribuna, seguramente la debas a un “Pedro”, por ser “hiena”.

Como decía un personaje de una novela realista: “Sólo somos dueños de nuestra hambre”

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