martes, abril 23, 2024
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Cuando éramos creyentes

Ahora que la Historia puede ser troceada como un calidoscopio, y la Filosofía desterrada a un lugar en el que nadie pueda servirse de ella para comprender el mundo; ahora es cuando de nuevo comienza la Era que, aunque nacida, es ignota, sin título ni designación.

Una Cultura, una vida, la Construcción de una Realidad, no se hace hablando de forma hueca y sin argumentación. Vivimos en el dicho permanente en el que se prefiere a un “enemigo inteligente, que a un tonto con poder”, pero la Democracia hace posible que el seguidista tenga calado social, el necio valga lo que el prudente, y el educado sea avasallado por el “salvaje”. Querría pensar que “los hombres libro” de Ray Bradbury sería un fin épico para una Era podrida de soberbia tecnológica, pero me temo que somos los culpables, conscientes e iluminados corresponsables de un  devenir que ni siquiera dará frutos para nuestros hijos.

Debo reconocer que me avergüenza ser parte de la generación que lo tuvo todo, la que llegó a la exposición máxima de una Cultura en plenitud de lo que Aristóteles llamara “potencia”, pero en la que la raíz de la fuerza que hace que las cosas cambien, nace ya desmembrada y en puridad atesorando las mismas capacidades que un “feto cruz”. En el que sobre las esperanzas puestas terminan germinando el espejo de nuestras abominaciones.

Hemos olvidado que sólo el respeto a la norma, la moral y lo que antes se llamaba “civismo”, es lo que nos permite ir madurando en nuestras relaciones sociales para construir un mundo, si no mejor, al menos con más oportunidades de perfectibilidad. En su lugar el necio y pedante, sustituye con locuacidad agresiva y griterío exasperante, al individuo educado que posee la idea errada de que el otro tiene derechos propios superiores a los de este último. Dejamos en demasía que el caradura y pretencioso narcisista, desde su impotencia real, y me atrevería a decir que también física, construya un discurso basado en la falsa igualdad con el otro. Permitimos, temerosos de ser calificados con estigmas sociales y palabras caídas en desgracia, que el grosero abusón por calles, escuelas, trabajos o vecindarios imponga su forma incómoda e irrespetuosa a todo ser u objeto que en su camino encuentre bajo el temor de ser señalados con cualquier término que el inconsciente cultural ha establecido como” execrable”. Tenemos miedo a no saber defendernos ante el “exceso asertivo” del que no es docto en nada que no sea elevar el tono sobre el del otro y dar el espectáculo en toda ocasión bajo la premisa del “estoy aquí”; haciendo notar que está dispuesto a compartir sus necesidades o amarguras con aquel iluso que ose pedirle decoro en sus actos o rigor en sus afirmaciones. Empezamos buscando la comodidad y acabamos “despanzurrados” en sillas, sofás y sillones, mostrando la entrepierna, cuando no poniéndose “cómodo” sobre mesas propias y ajenas.

No creo ser especialmente singular respecto a otros, pero he de reconocer mi cobardía diaria de no enfrentarme a la turba de maleducados que a mi parecer crecen en número constante, y que me encuentro en todas y cada una de mis rutinas. Temo no el enfrentamiento, si no que logre generar en mi actos de violencia y hacerme dejar mi humanidad, abandone toda enseñanza recibida, haciéndome creer que soy yo el equivocado puesto que es el “axioma del número de seguidores u opinadores de algo” el garante de certeza, y hace que esa mayoría de subespecie ciudadana se reproduzca hasta tal punto que entra en nuestras casas sin permiso, en nuestros hijos con su mal ejemplo, en las relaciones sociales con su egoísmo falsamente pueril e inocente… en definitiva se conviertan en amos de una sociedad zafia que los nutre como ejemplo a seguir.

Anhelo el cumplimiento de Marcos 11: 15-18 o la Sura 15 Al-Hiyr en su tercer versículo, pues me vale cualquier proceso o pensamiento que dirija al hombre y la cultura a su mejora y no a la perdida de lo único que Darwin no pudo explicar correctamente: el origen del pensamiento abstracto.

Me cansa hablar con quien opina sin conocer los datos, leyes o principios que rigen en un suceso o comportamiento social, me irrita sobre manera verles sonreír cuando callo no por cesión ante su razonamiento de barra de tasca, “sujeto con pinzas” y carente de otra cosa que no sea los aspavientos con los que busca su referendo, si no que retiro mi palabra por que logra que de seguir, me sienta culpable por querer su “exterminio” (metafórico evidentemente, no sea que acusen de incitar al odio o violencia).

Los que a golpe de titular recortado o de frase de tertulia mañanera descontextualizada convierten una idea de otro en “mantra” permanente, crecen como hongos en toda profesión y clase social. No es patrimonio exclusivo de aquellos que no gozaron de bienes o estructuras que les permitieran salir de la “Caverna de Platón”, muy al contrario los pizpiretos teatrillos de gente informada o influencers de cualquier materia, son los que más daño hacen y a los que deberíamos ver si es provocada su estulticia por interés u ordenamiento económico o sencillamente por que pueden por su posición heredada o lograda por Lobbies de signos variopintos.

La batalla contra la falsa cultura y la manipulación, esta ciertamente bastante famélica y con pocas huestes, no se si por que realmente ya nadie puede ser ajeno a procesos de Elicitación y Engaño  estructurados, o más bien por que son más cómodos de seguir en la corriente y por tanto ahorrar energía y ganar adhesión. Como fuera que termine esta historia ya muerta, no será con justicia poética o con un giro en la última viñeta del Comic que te emplaza a la siguiente entrega donde el Bien, con esfuerzo y en el último suspiro, logra vencer contra pronostico a lo que sea en ese momento la encarnación de lo “globalizado”.

Debemos “parir” nuevos hijos a los que enseñar desde cero, a ver si en unas generaciones logramos revertir la inminente decadencia de la sociedad. Si bien es cierto que para muchos como Federico Nietzsche la decadencia lleva “mejorándose y avanzando puestos” por lo menos desde la época de Sócrates.

Debo ir pidiendo la “solicitud de ampliación de cartuchería” a la ICAE, porque me temo que tengo excedido el cupo para este 2022 si quiero dar alguna cuenta de todos los “ínclitos” que pueda, antes de que ellos den cuenta de mi. Que intentarlo ya están en ello. Por que corregir al que quiere aprender hace a ambas partes mejores, pero hacerlo y dejar en evidencia al necio le convierte en tu enemigo.

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