miércoles, abril 24, 2024
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Contra el puritanismo, las procesiones

A uno, que es casi tan impío como poco original, lo que más le gusta de la Semana Santa son las procesiones. Y desde hace ya, eh, no desde que C. Tangana las muestra en sus videoclips. Y, como me gustan tanto, me molesta que a algunos católicos les disgusten porque haya quien sólo se acuerda de Cristo y de la Virgen cuando su cofradía los saca a pasear. A priori parece un argumento razonable, pues todos podemos convenir que la fe no es cosa de una semana al año, pero si uno lo piensa detenidamente se dará cuenta de que esa crítica es propia de puritanos.

Las procesiones son, primero, el símbolo de la enseñanza más importante de la fe católica, esto es, que todos somos hijos de Dios. Por eso las sociedades católicas no seleccionan de entre todos sus miembros a los más excelentes para que carguen en sus hombros a Cristo o a la Virgen y dejan que sean hombres corrientes quienes lo hagan. Como dice Jano, en las cofradías conviven «el infiel, el bilioso y el farsante con el recto, el devoto y el honrado»; y, en este sentido, guardan un asombroso parecido con esos doce a los que Cristo pidió que lo siguieran. Él no hizo un examen de aptitudes intelectuales, ni siquiera uno de virtudes éticas: escogió a doce hombres corrientes, con sus miserias, sus pecados y sus imperfecciones.

Además, las procesiones son un fenómeno popular, y la mejor prueba de ello es que, como sucede con las reglas del mus, varían en función del lugar en el que se celebren. Mientras que los castellanos tiñen las suyas de austeridad, solemnidad y laconismo, los andaluces, más proclives a lo dramático, las acompañan con lágrimas y las visten de colores vivos. Creo que incluso la música es distinta. Y la catolicidad tolera estas disparidades, hasta las santifica, porque no es homogeneidad, sino unidad; no es imposición, sino anuncio.

Con todo, claro que hay quienes solamente se acuerdan de Cristo durante las procesiones, pero eso es ya algo digno de celebración, especialmente en un mundo como el nuestro. ¿Cómo no alegrarnos de que aquellos que están más alejados de la fe la recuperen siquiera una semana al año? ¿Cómo no regocijarnos de que el más obstinado pecador trate de redimirse cargando a la Virgen sobre sus hombros?

En definitiva, no sé si como dicen algunos las procesiones tienen algo de culto pagano o si, como aseguran otros, entremezclan fe y superstición. De lo que no tengo duda es de que encarnan mucho de lo mejor de la catolicidad y de que su reivindicación es un imperativo para todos aquellos que procuramos defenderla. Contra Burger King, claro, pero también contra los puritanos, los capillitas y los beatorros.

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