martes, abril 16, 2024
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Breve receta para construir un progresista, por Agustín Laje

Construir un progresista es “deconstruirlo”; más precisamente, empieza por deconstruirlo. Pero el vacío es una aspiración de imposible realización. Estar “emancipado” de las determinaciones biológicas y sociales es la ideología del poder dominante. Deconstruirse es siempre, y al mismo tiempo, ser reconstruido. No son dos procesos sino uno y el mismo: los escombros nunca llegan a ser tales; nunca tocan el suelo. De ahí que el “empezar a deconstruir” esconde el “empezar a reconstruir”. “Concluir una deconstrucción” esconde el “concluir una reconstrucción”.

Advertir semejante cosa inhibe el atractivo revolucionario de la propuesta en danza y su insistente imperativo: “¡Deconstrúyase!”. Quizá el poder establecido precise de tabulas rasas contentas y conformes con su propio borrarse a sí mismas. Quitar el suelo y las raíces del árbol, desterritorializar, como dirían Deleuze y Guattari, excita las pasiones pseudo-revolucionarias que ignoran los simultáneos procesos de reterritorialización que no hacen sino cambiar un suelo por otro.

Por ello los progres se construyen en su propia deconstrucción; se plantan y se riegan en la misma desterritorialización. Y para ello existe un recetario; un breve recetario de la forma “hágalo usted mismo” sobre cómo plantar un progresista. Aquí van los pasos fundamentales.

Primero: distinga el tipo de progre que usted plantará. Hay distintas psicologías preexistentes sobre la que usted deberá construir su propio izquierdista. La materia prima varía, como las semillas. El tipo-semilla determina el modo de construcción/crecimiento.

Así pues, y a grandes rasgos, existen tres tipos-semilla. El resentido, el nihilista y el modal. Es evidente que esto es muy esquemático, y que siempre existen híbridos, mezclas y combinaciones múltiples, pero a efectos analíticos permítaseme esta división. Identifiquemos, pues, nuestras semillas.

  1. El resentido no puede vivir con sus frustraciones pero mucho menos puede vivir con la idea de que, en cierto grado, cabe en él aunque sea un ápice de responsabilidad en sus fracasos. El fracaso es una experiencia universal para el ser humano; la infalibilidad nos es absolutamente ajena. Pero la estructura psicológica del resentido impide la tranquilidad y el juicio mesurado frente al fracaso; está siempre en ebullición. Por eso el resentido ama los chivos expiatorios. No se trata de que nuestros fracasos no se expliquen, también, por factores sociales, económicos, políticos o ideológicos. Se trata de que el resentido no puede más que explicar sus frustraciones por medio de estos factores en virtud de los cuales el individuo y su responsabilidad desaparecen de inmediato.
  2. El nihilista tiene una irremediable propensión al descrédito de todo lo recibido. No es tanto el fracaso como el sinsentido el motor del nihilista; no es tanto el resentimiento como el descreimiento radical su consecuencia. La verdad, la existencia, la realidad, los valores, la moral, la religión, la historia: en nada de esto hay sentido. Muchas veces (por no decir todas, si atendemos al plano práctico) no se trata más que de una pose, claro; pero, en tanto que pose, revela una cierta estructura psicológica. El nihilista odia lo que es, odia toda permanencia y determinación; está consumido por la culpa.
  3. El modal no descree sino al contrario: cree ciegamente; no busca chivos expiatorios por doquier sino al contrario: busca que su acción colme las expectativas sociales modales del momento. El modal cree en la moda y en la necesidad de adecuarse a ella. Vive para encajar en el molde que cuidadosamente se ha diseñado para él y que se le ofrece todos los días por televisión. Así pues, no es ni egocéntrico como el resentido ni antisocial como el nihilista, sino demasiado social: la suya es una subjetividad fabricada al calor del consumo modal.

Segundo: una vez que ha identificado su tipo-semilla, debe plantarla en un suelo adecuado. Un resentido va con tierra de clase, de sexo, de género, de etnia, de raza… estructure a su resentido en una identidad colectiva; subsúmalo en ella, como minúscula pieza de un inmenso mecanismo de clase, sexo, género, etnia, raza, etcétera. La semilla-resentido gusta de diluirse en una colectividad de pertenencia, pues en ella encontrará los fundamentos de un consuelo que necesita, y la justificación de su lucha contra la vida (contra la suya misma en primer lugar) que su psicología demanda. Así, podría decirse que el progre-resentido es el más izquierdista de esta enrarecida familia ideológica.

La tierra del nihilista es mucho más variable. El nihilista funciona con cualquier tierra en la que la negación por la negación misma tenga lugar. Él lo único que precisa es sentirse “especial”. El descrédito que a todas las cosas adjudica es el principio de su desarrollo; cualquier tierra que desacredite cualquier cosa que el nihilista haya recibido irá a la perfección con él. Así por ejemplo, blancos arrodillados frente a Black Lives Matter, europeos encantados con las insurrecciones mapuches, hombres que “deconstruyen” la masculinidad, heterosexuales enamorados de las performances LGBT, etcétera. El nihilista gusta de la diferenciación, y para diferenciarse necesita atacar, en primer lugar, su propia identidad (pues tal cosa no puede ser sino opresiva). Lo que hay que ofrecerle es una buena dosis de masoquismo ideológico.

En el caso del sujeto modal, se necesita de todo un ecosistema previo para verlo germinar. Por definición, esta semilla de progre-en-potencia crece ya rodeado de un contexto progre sólidamente establecido. Su crecimiento, que parasita como moda toda pretensión de contra-cultura, es sin embargo efecto de una hegemonía consumada (y, por ello, consumida). La tierra en la que el sujeto modal crece es, precisamente, la moda. El progre modal no crece en los libros ni en las conferencias ni en los mítines ni en las discusiones de vuelo intelectual, sino en la televisión, los chimentos y la farándula del momento. Su solidaridad de redes sociales con los “oprimidos” de este mundo es solidaria, en primer término, con su propia necesidad de likes y aceptación social.

Tercero: ya tiene su semilla debidamente identificada y plantada en la tierra apropiada. Ahora, hay que regarla. De nuevo, existen distintas técnicas que resultan convenientes según sea el caso.

Si su progre es del tipo izquierdista-resentido, riéguelo con conflictos permanentes que alimenten la descarga de frustraciones. Las abstracciones demoníacas en forma de “monstruos” que operan en mundos maniqueos son una buena opción para tales fines: “neoliberalismo”, “patriarcado”, “racismo”, “machismo”, “heteronormatividad”, “especismo”, “eurocentrismo”, etcétera. Localice el locus de las frustraciones de su resentido y construya mundos de ficción monstruosos que faciliten abordajes dicotómicos simplones: un mundo dominado por hombres, un mundo dominado por blancos, un mundo dominado por heterosexuales, etcétera, en el que cada hombre, cada blanco, cada heterosexual, es una instancia concreta de ese monstruo maldito. Por fuera de ese mundo monstruoso y contra él, usted debe ubicar a su resentido. La técnica es simple: trazar antagonismos, nombrar demonios, y regar sobre las grietas.

Ahora bien, si la semilla a regar es del tipo nihilista, el proceso, si bien similar, difiere en un sentido importante: usted debe regar como si, en lugar de hacer crecer, buscara más bien acabar con la tierra misma. Los significantes monstruosos se mantienen, pero el mundo maniqueo de ficción en el que se persigue con determinación el triunfo de una de las partes (las mujeres, los negros, los homosexuales, etcétera) cede ante la indeterminación de multiplicidades sin orden. Al nihilista hay que regarlo en el desorden; en la promesa del caos. Su lucha contra las entidades monstruosas que usted ha construido para él no es una lucha contra los sujetos que aquéllas representan (hombres, blancos, heterosexuales, etcétera) sino una lucha contra todo principio de ordenación, autoridad y jerarquía. Así, el nihilista debe ser regado en la “interseccionalidad”, en la lucha contra todos los monstruos al mismo tiempo, en favor de la nada que llama “liberación”, “emancipación”, “deconstrucción”, o comoquiera que prefiera.

La cosa difiere sensiblemente más con la semilla modal. Aquí los monstruos no sirven para dividir al mundo en dos ni para significar con ellos distintas lógicas de orden y jerarquía. Para el progre modal el monstruo sirve, sencillamente, para no quedarse fuera de las luchas modales. El monstruo no es vivido tanto como opresión sino como una oportunidad para colmar expectativas sociales: lo realmente monstruoso no es el monstruo sino “quedarse fuera” de una lucha espectacular. Las camisetas de H&M contra el “patriarcado” y la “heteronorma” son un buen ejemplo: el monstruo, en rigor, no es el “patriarcado” o la “heteronorma”, sino vivir sin consumir la lucha modal contra los monstruos del momento. Algo similar pasa con Black Lives Matter: postular “All Lives Matter” no resulta cool porque disuelve la identidad del monstruo en virtud de la cual no sólo la monstruosidad, sino también (y sobre todo) lo cool, es posible. Pero más allá de monstruos, y como el progre modal agota su militancia política en gestos y poses que precisan refuerzos positivos continuos, usted necesitará regarlo constantemente, presentándole a diario nuevas figuras que se suman a las causas modales: actores, cantantes, súper modelos, deportistas, “influencers”.

Hasta aquí llega esta breve receta para armar su propio progre. ¿No es, acaso, más simple de lo que parecía?

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