jueves, marzo 28, 2024
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¡Aún tenemos Imperio!

Divulgando, que es historia

«Al alba, con fuerza nueve de levante…». ¿Recuerdan esas palabras de un ministro de Defensa patrio, refiriéndose a la última expedición militar española en territorio nacional? Aquella que fue a recuperar la posesión de nuestra preciada isla de Perejil, asaltada por tropas marroquíes. Aunque algunos maledicentes afirmaran que lo fue por una anciana y su cabra… ¡que no era la de nuestra Legión, claro, que es carnero!

Pues bien. Menos mal que se trataba de Perejil y no de una de nuestras posesiones en el Pacífico, porque si no la cosa se hubiese complicado. Especialmente en cuanto al coste de la operación se refiere. Porque, créanselo o no, España sigue teniendo restos de su Imperio diseminados por la geografía mundial. Y así, en la Micronesia (o Melanesia), seguimos teniendo la Soberanía sobre tres atolones compuestos por distintas islas paradisíacas. Pero allí. A trasmano.

Resulta que Hernando de Grijalva, que navegara con Hernán Cortés por otras latitudes, decidió probar suerte por el Pacífico. A bordo de la nao Santiago descubrió en 1537 una serie de islas en lo que acabaría llamándose el Lago Español. Sería su postrer descubrimiento, pues ese mismo año murió a manos de su amotinada tripulación. Y allí seguían hasta que los Estados Unidos nos declara la Guerra por el asuntillo de Cuba. Y la perdemos. Y tenemos que firmar un Tratado con la en ciernes, todopoderosa Norteamérica, por la que les cedemos todo lo que nos pide. Entre ello, nuestras posesiones del Pacífico. El Tratado se firma en París el 10 de diciembre de 1898, y en él les cedemos Filipinas y la Isla de Guam. Pero norteamericanos y españoles se dejaron seducir por el París de finales de siglo y se olvidaron de dos: Sibutú y Cagayan. Cuando se les pasó la resaca, los Estados Unidos, muy serios, nos obligaron a firmar, ya en 1900, un nuevo Tratado por el que les cedíamos lo olvidado. En el ínterin, y como nos habíamos quedado sin barcos y seguíamos teniendo posesiones por aquellas lejanas latitudes, vendimos a Alemania, por veinticinco millones de pesetas (¡de aquellos tiempos!), Las Carolinas, Pelaos y Las Marianas. La cosa se firmó en Madrid el 30 de junio de 1899. 

El caso es que en 1949, don Emilio Santos y Pastor, abogado del Estado e investigador del CSIC, buceando en los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores descubre que, a pesar de todos los Tratados firmados, a todas las partes firmantes se les habían olvidado unas islas (o atolones compuestos de diversas islas). En concreto se refería a Kapingaramangi, Nukuoro y Mapia. ¡Ah! Y a un arrecife coralino, ya hundido, que recibía el pomposo nombre de Matador. Como buen funcionario, don Emilio lo trasladó a la superioridad, y así llegó a la mesa del Consejo de Ministros del 12 de enero de 1949 presidido por el General Franco. La declaración posterior al Consejo venía a decir que el asunto se aparcaba hasta en tanto mejorase la economía española (en plena posguerra, propia y mundial), y mejorasen la relaciones con la ONU, prácticamente inexistentes. Máxime teniendo en cuenta nuestro contencioso histórico con Gibraltar.

Para más complicación, resulta que Kapingaramangi (la mayor de todas y con una población actual de unas 750 personas), y Nukuoro (con unos 400 habitantes), están cerca de Papúa Nueva Guinea, y Mapia (prácticamente deshabitada), está a cienes de kilómetros, cerca de Indonesia.

Mientras que legalmente, la soberanía de estos atolones es española (teóricamente al menos, aunque sobre esta cuestión habría mucho que decir, habida cuenta de que nunca la ejercimos), en la práctica la soberanía política pertenece, en el caso de las dos primeras a la Confederación de Estados de la Micronesia y, en el caso de la tercera, a Indonesia. Las islas en sí tienen escaso valor económico e, incluso, estratégico. De hecho, ni siquiera la Segunda Gran Guerra pasó por ellas, aunque sí cerca. Y España se abstendría de presentar ninguna queja formal a los bandos contendientes, por supuesto. 

Son, como toda isla del Pacífico, idílicas y de unos paisajes bellísimos. Muy aptas para el buceo en sus aguas transparentes, pero nada más. De ahí que ni los gobiernos sucesivos franquistas, ni los democráticos, se hayan (afortunadamente), preocupado de reclamar nada de ellas. Bastantes conflictos tenemos casi a las puertas de casa (llevamos años peleándonos con Portugal por unos islotes llamados Islas Salvajes, visitados por los marinos de la Corona de Castilla a la hora de la conquista de Canarias, y de las que hoy, incluso, un avispado se ha autoproclamado Presidente de la República Insular de las Islas Salvajes, declaradas reserva natural). Y como bien sabemos, incluso dentro de ella (Gibraltar). ¡Como para ocuparnos estamos de otros tan pero tan lejanísimos asuntos!

Quizás algún valiente propietario de cadena hotelera quiera luchar por los derechos soberanos españoles a cambio de que se le conceda la explotación de maravillosos resorts exóticos. Si financia la reclamación a fondo perdido, sea cual sea el resultado, yo se la concedería. ¡Y todos al Pacífico, que todavía es nuestro!

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