sábado, abril 20, 2024
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Apartheid en la universidad

No es ningún secreto que la pandemia ha creado la coyuntura propicia para introducir una serie de cambios en la sociedad. Unos cambios, por cierto, de los que ya se hablaba antes, pero que jamás habrían podido ser implantados con tanta rapidez y eficacia. Sólo ha hecho falta un virus y mucho —muchísimo— miedo para que todos aceptemos participar de los delirios de unos pocos. Bueno, y para que nos alejemos de quienes no quieren participar; de esos «nuevos leprosos», que decía El Mundo.

Así, como un leproso, se sintió ayer un amigo mío en su primer día de clase. Sin saberlo, ha escogido una universidad en la que se diferencia entre vacunados y no-vacunados como diferenciaban en Sudáfrica o Estados Unidos entre blancos y negros. De momento no lo han sentado en un pupitre apartado, pero, en tanto que no-vacunado, sí lo obligaron a realizarse un test antes de poder pisar la universidad. Además, le han dado un pasaporte virtual que funciona con reconocimiento facial. El de los vacunados está siempre en regla; el suyo tiene que validarlo cada mañana respondiendo un cuestionario: «¿Se encuentra bien?, ¿ha estado con mucha gente?, ¿residen en su domicilio personas vulnerables?, ¿ha estado en contacto con un posible positivo?». Si sus respuestas son adecuadas, a clase; de lo contrario, a casa.

Podría poner otros ejemplos de situaciones similares, pero creo que este es suficiente para ilustrar lo que trato de decir: mi amigo está siendo víctima del apartheid sanitario. Yo, por mi parte, no puedo evitar preguntarme qué sucedería si cambiásemos las categorías de «vacunado» y «no-vacunado» por otras. ¿Se lo imaginan? «Tú, que eres gordo y te niegas a preocuparte por tu salud, ve a hacerte una prueba si quieres entrar. Y tú también, que te dices de derechas y tus ideas pueden contagiar al resto, contesta a estas preguntas para medir tu nivel de tolerancia y progresismo».

Dice Fromm en El miedo a la libertad que «una parte de la población se inició en el régimen nazi sin presentar mucha resistencia, pero también sin transformarse en admiradora de la ideología y la práctica política nazis». De modo que, al final, el problema no es tanto los entusiastas que obligan —que también— como los mansos que nos sometemos. Toleramos que se acceda a nuestro historial médico y que se nos exija revelar nuestro estado de salud o dónde hemos estado; permitimos que nos implanten pasaportes para poder viajar o tomar una copa; aceptamos inocularnos una vacuna que ha estado desarrollándose entre ocho y diez meses —aunque varía, el tiempo medio de desarrollo de una vacuna es entre ocho y diez años— y señalamos a los que se niegan a hacerlo. Luego, claro, que cómo pudieron triunfar los totalitarismos del siglo XX, que qué gente tan idiota, que en qué estaban pensando esos pobres infelices. 

Así que eso he venido a pedirles hoy: que rechacen el Apartheid, que disientan de la nueva normalidad, que se opongan, en fin, al despotismo sanitario. Y si no lo hacen por ustedes háganlo por mi amigo: no quiero que lo echen de la universidad.

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