jueves, marzo 28, 2024
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¡Alégrame el día!

Desde que tengo uso de razón me siento obligado a rehuir el conflicto y la violencia, porque ni me gustan los tradicionales machos o hembras alfa , ni los que usan el argumento del poder contra los que obedecen las reglas mínimas de urbanidad que nuestros antepasados forjaron huyendo de la barbarie, construyendo civilizaciones y culturas que, incluso desde posturas antagónicas, podrían entrelazarse en el objetivo común; el tema de los caminos era ya harina de otro costal. Pero los años lamentablemente me han ido forjando una especie de estructura “coriácea” por la que suelo recurrir a la abominable violencia, casi siempre verbal, y caer en el conflicto por defensa de principios irrenunciables, aunque estos no fueran los míos, por que siendo de otros también veía en ellos que servían al “bien común de un futuro más civilizado”.

A todos nos gusta de cuando en vez un “trozo de carne cruda y primitivismo ancestral”, puesto que no hemos cambiado tanto desde que llegamos al Sapiens Sapiens desde constituciones menos elaboradas en la evolución. 

Pero pronto volvíamos al Ser, volvíamos a la fuerza de la Razón y reprimíamos el instinto animal que nos hace revolvernos ante cualquier sospecha de amenaza sin tiempo adecuado para evaluarla. Era instinto y punto. Ahora se nos supone Raciocinio Superior.

Pero sin embargo llevo un tiempo, ya para casi diez años, que si bien modero las formas y los tiempos, cruzan por mi mente procesos más propios de la reacción desmedida y de los pensamientos rayanos en la ira. Y ocurre ante la mentira, la injusticia, el ataque al débil e indefenso, ante un exceso de poder jerárquico innecesario, en definitiva, ante la mentira, la grosería y la mala educación.

Cuando me sitúo como francotirador, lo tengo claro, es una higiene basada en la metáfora y en las palabras volcadas como pensamiento o argumento escrito. Con mayor o menor fortuna queda ahí para quien lo estime o lo necesite.

Otra cosa es cuando salgo de la “espesura” y camino entre mis semejantes, encontrándome por cierto cada vez menos “semejantes y más estériles divergentes”. Veo en casi cualquier esquina cosas que me saltan los fusibles de toda la educación recibida, siento y a veces sufro la invasión silenciosa a gritos de personas de toda estirpe, calaña y estrato social, que se creen no sólo mejor que los demás, si no que ejercen un comportamiento intencionalmente desabrido y soez. Y lo hacen además en todo momento y circunstancia.

Pensé durante un tiempo que era cuestión de que no sabían o se extralimitaban por despiste; pero cuando veía reiteradamente el suceso de que alguien les conminaba de forma educada, en porcentajes de mil a uno, siempre la reacción era propia del egoísmo, la supuesta superioridad o el amparo del grupo de salvajes que le acompañaban.

En esos momentos es cuando en mi saltaban dos formas de reacción, en ocasiones la vergüenza de no saber actuar a tiempo por estupor ante la ignominia, pero en otras me salían figuras cinematográficas amparadas en momentos históricos concretos que parece que hemos olvidado que nos llevaban al abismo, que nos costó superar, y que ahora vuelven a la carga por nuestra flojera moral.

Cuando veo la chulería y el desmán, del que obra de forma consciente sobrepasando los limites de la libertad propia, ejemplificando ante sus hijos modelos para perpetuar la “falta de control moral o la ignorancia de las normas y leyes mínimas”; llega a mí la memoria del Comisario Callahan y su frase para el que incurría en desmanes irreparables: ¡Alégrame el día! 

De ninguna manera desearía revertir los actos de los maleducados con la respuesta de una muerte a manos de nadie, pero si desear que el giro de los acontecimientos me hiciera posible “marcar” al sujeto (hombre, mujer, perro o gato) intentándole afear su conducta pudiendo ser necesario incurrir en legitima defensa. Normalmente al enfrentar al cobarde y sedicioso este torna sus pasos y emigra buscando menos resistencia en la siguiente acción. Otras con gran pesar necesitan explicaciones más firmes o la asistencia de la autoridad pública para convencerle de su error. Pero nunca, jamás, debe retrocederse ante esta estirpe.

Sobre ignominias derivadas del poder o posición jerárquica en estas semanas hemos visto algunas pruebas; acusaciones sin fundamento, chismorreos y mentiras sin documentar, prevalencia del escandalo y el morbo sobre el ordenamiento jurídico, o lo que es peor el uso del poder para cercenar carreras profesionales que creen taparan sus infamias, aunque sea por poco tiempo; en esas ocasiones en las que se sabe del poder y de la indefensión del acosado, me viene la imagen, ciertamente dura, de aquellos que se enzarzan en discusiones bizantinas de grandes ofendidos y con recursos varios, rellenas páginas de diarios y horas de informativos aireando improperios que delatan su insignificante preparación y desconocimiento de las leyes o principios que regulan los sistemas del Estado… eso sí ya sea como aforados o como “todólogos” en tertulias pontifican sin haber leído nada, ni vivido en nada de lo que critican como Prima Donna por altavoces interesados y sesgados a más no poder. Son seres melifluos y cobardes, que confunden la educación con debilidad, el silencio con culpabilidad, y sobre todo ser pacifico con el buenismo. Los mismos que como tigres de papel ante cualquier prueba caen alternativamente en el odio, la desazón, el miedo y la huida.

Llega a mi en este contexto, siempre de forma retórica y simbólica, las palabras del obsesivo Coronel Nathan R. Jessup en la película de 1992 “Algunos Hombres Buenos”. Donde se ve la diferencia entre lo que significa no saber nada de la vida, y saber de qué se habla aún cuando las acciones son reprobables y erróneas.

Me cansa quien no tiene la voluntad de pensar o de usar esa tan manida “educación emocional” pero sólo cuando les beneficia, dejando al descubierto su indolencia, su falta de capacidad de entender, y lo peor que es no tener ni la mínima idea de lo que son conceptos sobre los que se basa la Democracia: libertad, seguridad, acción proactiva, lucha permanente por lo que nuestros semejantes necesitan para seguir viviendo en Paz

Al fin y al cabo, de nuevo, sólo las tareas colectivas pueden hacernos retornar a lo que se dice que se desea, pero luego no se ejecuta de forma necesaria para lograrlo; en definitiva, podemos equivocarnos de camino, mejorarlo, e incluso cambiar de dirección, pero no dirigidos por veletas de hermosa sonrisa y “rodilleras acolchadas”, ni por quien tuerce las palabras para quedar bien y figurar en los libros de historia aunque sea de forma negativa. Aunque en realidad como nuestros descendientes ya no estudiaran Filosofía, no sea que les de por pensar de forma crítica, ni tendrán enseñanzas de Historia para que sigan cometiendo los mismos errores, o los de siempre les “vendan la moto” que durante tantas generaciones les ha servido para controlar a la sociedad.

Fuera como fuese, alegrándonos el día o haciendo lo que se debe hacer, aunque nos equivoquemos, es la única forma de avanzar; el obstinado ejercicio de la insistencia para resolver un problema o defender un derecho inalienable termina siempre con un acto de responsabilidad, algo ineludible y que nos hace, si no mejores al menos estar en el camino.

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