THE OBJECTIVE
Dani De Fernando

Del silencio al ruido

Rusia no es Libia, ni Egipto, ni Irak, ni Afganistán y Putin no es Gadafi, ni Mubarak, ni Sadam, ni los talibanes

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Del silencio al ruido

Estos días es casi una falta de educación no opinar sobre la guerra de Ucrania. Pareciera que todas las columnas tuviesen que versar sobre el mismo tema y que sus autores, que hace unos días hablaban de Ayuso, hubiesen devenido expertos en geopolítica de la noche a la mañana. Yo, en cambio, me voy a saltar la norma aun a riesgo de resultar maleducado. Y no porque no me importe la guerra de Ucrania, que me importa y mucho, sino porque mis nociones sobre ella son precarias, endebles. Que no estoy como para pontificar, vaya.

No obstante, hay algo que debiera hacer recelar a cualquiera que, como yo, lee las opiniones de terceros para tratar de comprender el conflicto: todos piensan lo mismo. No importa si se trata de un conocido liberal, de un socialdemócrata fervoroso o de un progre apasionado: resulta dificilísimo toparse con una columna en la que no se insulte a Putin o al pueblo ruso; en la que no se hable de invasión o de ofensiva; en la que se niegue —¡o se dude!— de la legitimidad de las acciones del gobierno ucraniano. Sucede lo mismo en las tertulias políticas y en los telediarios, cuyas imágenes de civiles cruzando las fronteras en busca de asilo o escondidos en los vagones de metro parecen querer decirnos: «¿Veis, por fin, lo malo que es Putin? Y que nadie se atreva a pensar lo contrario».

Pero los hay, aunque sean pocos, que se atreven; los hay, quiero decir, que osan pensar y escribir como Philippe Muray nos recuerda que hay que hacerlo: «En el sentido contrario a las agujas del mundo». Uno de ellos es, claro, Juan Manuel de Prada, que publicaba en ABC este pasado lunes un artículo titulado «La otra gran guerra de Ucrania» y que, estoy seguro, suscitará la ira de ese periodistilla que juega a ser político y que lo acusa de cobrar del gobierno ruso en dólares. Prada nos recordaba, porque la prensa se niega a hacerlo, que Putin está «atajando» la masacre de sus compatriotas en el Donbass. Y que es una masacre perpetrada por el gobierno ucraniano con armamento yanqui; y que es una masacre que, según la ONU, se ha cobrado la vida de más de catorce mil personas; y que es una masacre, en fin, sobre la que los medios occidentales han guardado un riguroso silencio durante ocho largos años.

Ahora, en cambio, el silencio se ha convertido en ruido. En un ruido, además, insoportable, que es el que hace la maquinaria mediática occidental cuando se prende. No se contempla la posibilidad de que Putin esté tratando de defender a rusos —o prorrusos— de la virulencia de un gobierno, el ucraniano, que se ha ensañado con ellos (que los ha perseguido por hablar su lengua, que los ha sometido a bloqueos económicos, que los ha asesinado). No se contempla —¡y ay del que lo haga!— que la intervención rusa esté justificada aunque desde luego haya incurrido en excesos. Y hasta se exige una respuesta contundente de esos mismos justicieros que hacen y deshacen a su antojo en África y Oriente medio.

Pero, puesto que Rusia no es Libia, ni Egipto, ni Irak, ni Afganistán y Putin no es Gadafi, ni Mubarak, ni Sadam, ni los talibanes, esta vez lo van a tener más complicado. Aunque los dejen sin Mundial, aunque les quiten la final de Champions. Digo más: ¡aunque los echen de Eurovisión!

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