jueves, abril 25, 2024
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18 de julio, ¿fascismo contra democracia?

Así se titula, bajo signo de interrogación, el capítulo IX de uno de los primeros documentos testimoniales, procedentes del bando republicano, que se escriben acerca de los prolegómenos y el estallido de la guerra civil española. El libro se titula La revolución española vista por una republicana, su autora Clara Campoamor, y, creemos, con esos suspicaces (y perspicaces) signos de interrogación, la que fue artífice del voto femenino en España, da de lleno en toda la línea de flotación del “relato” más divulgado, sin duda, acerca de los orígenes de la guerra civil, esto es, aquel que describe al franquismo como el “fascismo” que se alza “contra la democracia” (contra “la república”). Un relato este, narrado siempre con aires epopéyicos por quien lo defiende (de lucha heroica del bien contra el mal), que, además de tener pretensiones históricas, sigue siendo alimento actual de los programas políticos de buena parte de los partidos que se dicen “progresistas” (incluyendo, por supuesto, a los nacional-separatistas). 

Contra Franco se programa mejor, podría decirse (a pesar de llevar este fallecido 47 años) en la medida, y esto es verdad, en que el antifranquismo sigue movilizando el voto. Y es que muchos siguen en esa trinchera, la antifranquista, a riesgo de que, si salen de ella, nada tengan que ofrecer a la sociedad española (salvo su división y ruina). Lo acabamos de ver la semana pasada, en el Congreso de los Diputados, durante el debate sobre el Estado de la nación, en el que el francomodín circuló en abundancia entre los oradores de la tribuna, sobre todo, a propósito de la aprobación de la llamada Ley de memoria democrática. En el 2007, con Rodríguez Zapatero en el gobierno, se aprobó una Ley de Memoria Histórica, prácticamente en los mismos términos ideológicos que la actual. En 2019, el traslado en helicoptero, tras su exhumación, de los restos de Franco desde el Valle de los Caídos al cementerio de Mingorrubio, en el Pardo, fue una de las primeras medidas efectuadas por el recién estrenado gobierno de Sánchez. En definitiva, el “relato” antifranquista sigue siendo el mascarón de proa ideológico de la socialdemocracia española, encontrándose al separatismo como compañeros de viaje, para tratar de ganar la partida electoral a sus rivales directos “liberal-conservadores” del PP. Colgar el sambenito del franquismo a la “derecha española” (siempre en un tris de convertirse en “derechona”) es el núcleo fundamental del programa político del PSOE y sus actuales socios de gobierno. Es más, para el separatismo catalanista republicano (ERC), el régimen del 78, según han manifestado desde la tribuna la semana pasada, es una prolongación del régimen fascista de Franco, de tal modo que la oposición al 78 sigue siendo una prolongación de la lucha antifranquista.

Pues bien, la republicana Clara Campoamor, así se identifica ella misma en su narración, pone en solfa, pone en cuestión, eso de que la insurrección del 36 contra el gobierno del Frente Popular se pueda concebir como un “fascismo” contra “la democracia”. En su libro (publicado en francés en el 37, y no traducido al español hasta el año ¡2005!, por Luis Español, en una edición estupenda), en el capítulo IX, decíamos, advierte, clara, Campoamor lo siguiente: “El alzamiento ha sido calificado desde el principio como “fascista”. Conviene sin embargo no dejarse embaucar por falsas ideas que simplifican en exceso tan compleja cuestión”. Y continúa diciendo, apelando a la autoridad de Prieto, en el gobierno en ese momento, para desacreditar esa idea: “el gobierno republicano, a través del órgano de su intérprete cualificado, el Sr. Indalecio Prieto, creyó ser su deber  -sin duda por buenos motivos- el borrar esa idea simplista del espíritu del público tanto fuera como dentro de España” al hablar Prieto, dice Campoamor, de un “movimiento insurreccional extenso y complejo cuyos objetivos y alcance nos son totalmente desconocidos”. O sea, concluye Campoamor, que oficialmente (Prieto es portavoz del gobierno) no se caracteriza a la sublevación como un movimiento fascista (o por lo menos no totalmente). Tampoco el bando insurrecto se considera fascista a sí mismo, continúa Campoamor, ni siquiera mostraron al principio unidad, incluso algunos se sublevan en nombre de la república (envueltos en su emblemática, himno, escudo o bandera). 

¿Fascismo contra democracia? No, la cuestión no es tan sencilla. Ni el fascismo puro, ni la democracia pura alientan a los dos adversarios”, dice doña Clara, y a partir de aquí hace una relación de las posiciones ideológicas, variopintas (incluso bajo el prisma de la distinción izquierda/derecha), que están insertas en cada bando, que hace imposible esa simplificación que alinea biunívocamente a los sublevados con el fascismo y a los gubernamentales con la democracia. Así, concluye Campoamor el capítulo, “democracia o fascismo que se pretende inscribir en las banderas de los gubernamentales o de los insurrectos son del todo exageradas y no permiten explicar los objetivos de la guerra civil ni justificarla”. 

Esto lo supo ver Campoamor sin que la guerra hubiera concluido, ni mucho menos (acababa de empezar) y, sin embargo, hoy, a casi cien años del estallido de la guerra, se cae permanentemente en esa simplificación maniquea. Es más, es casi la versión oficial y la moneda más corriente, y núcleo fundamental de su discurso político, de todo aquel que quiera dar algún paso en el cursus honorum en España. Y no se cae accidentalmente, claro; la profesión de fe antifranquista es un acto de convencimiento voluntario, buscado, deliberado, teniendo siempre como horizonte último, si se renunciara a esta fe, el apocalipsis fascista que traería la “extrema derecha”. 

Y esto es lo que ofrece el PSOE, y sus socios de gobierno, para enfrentar los problemas políticos y sociales de la España pospandémica (con una inflación por las nubes, y una posible recesión a la vista): antifranquismo, antifranquismo, y más antifranquismo. Más democracia contra fascismo. Cuando ya no se llegue a fin de mes, los españoles terminaremos comiendo urnas y papeletas. Polvo seremos, mas polvo democrático.

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